El dramaturgo y poeta valenciano Gaspar Aguilar, cuyas obras han quedado casi inéditas para los escenarios, ha sido el elegido para cerrar la trilogía sobre 'El siglo de Oro' producida por Teatres de la Generalitat.
Las tres piezas antologadas son 'La viuda valenciana', de Lope de Vega, que estuvo exiliado en Valencia, y las de dos dramaturgos autóctonos: 'El narciso en su opinión', de Guillem de Castro, y ahora 'El mercader amante', de Gaspar Aguilar. El ciclo ha conseguido un éxito reseñable, esclareciendo que el teatro clásico interesa al espectador, cuando su puesta en escena responde a criterios de solvencia artística.
La pieza de Gaspar Aguilar es una de las comedias denominadas de enredo. Jaime Pujol, el director, ha situado la obra en los años cuarenta, y ha pretendido crear una comedia al estilo cinematográfico del maestro Billy Wilder o de Preston Sturges. Dinamismo, ritmo, humor, música como elemento de potenciación, y allá cada cuál con sus conclusiones.
Por lo tanto, 'El mercader amante' se convierte en el empresario amante, que para probar el verdadero amor de dos mujeres cede sus riquezas a su empleado de confianza. Así, convertido en pobre, sólo la verdaderamente enamorada no mudará sus sentimientos. Hasta que esto concluye, se acumulan los líos y locuras, los entresijos y contradicciones.
La escenografía de Josep Simón es una amplísima oficina, perfectamente diseñada en dos alturas, pero con un tono de actualidad un poco frío. Algo similar sucede con la iluminación. Los momentos musicales, que siguiendo a Billy Wilder deberían estar integrados en la acción, quedan escindidos en los entreactos, o separados en interpretaciones autónomas a la manera del género musical.
Pujol cuenta con un magnífico reparto compuesto por los mejores actores valencianos, donde sobresalen Josep Manel Casany, Carles Sanjaime y Resu Belmonte. Sin embargo, el engranaje de la obra no acaba de cuajar. Asistimos a ella como meros y distanciados espectadores, en lugar de vivirla desde dentro. Un efecto que no resta mérito al montaje, pero sí empatía. No obstante, la pieza se deja ver con agrado, minimiza la dificultad del verso, y logra momentos concluyentes.
Extraido del periódico Las Provincias
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